PROPÓSITOS DE VIDA
ORIENTACIÓN EN PROPÓSITOS DE VIDA
La búsqueda de sentido es una cualidad humana intrínseca, una fuerza primordial que nos guía. Los seres humanos tenemos una necesidad particular de construirlo, ya que no se trata de algo dado o revelado de antemano ante nosotros. Encontrar un para qué vivir es un componente esencial para una vida plena y aumenta la capacidad de tolerar momentos de adversidad.
Los modelos tradicionales de Orientación Vocacional y Ocupacional (OVO) tienden a responder la pregunta “¿qué carrera debo estudiar?”. Dado que las actividades ocupacionales suelen abarcar alrededor de un tercio de nuestra vida adulta, las decisiones vocacionales resultan, subjetivamente, en una amplia fuente de ansiedad. Los modelos tradicionales de orientación suelen:
Ubicar a los intereses y las aptitudes como fuentes prioritarias de las decisiones vocacionales
Concebir la toma de decisiones como fruto natural de la planificación reflexiva
Excluir las áreas extra-ocupacionales como criterios decisionales
En cambio, el presente modelo de Orientación en Sentidos de Propósitos Vitales (OSPV) propone:
Un modelo contextualizado de testeo y aprendizaje en la acción
El sentido de propósito como eje organizador del proceso.
La construcción de propósito como matriz orientadora para la vida de una persona, incluyendo en aquél sus decisiones vocacionales.
Estrictamente hablando, la Orientación en Sentidos de Propósitos Vitales (de aquí en más, “OSPV”) no sería un modelo de orientación vocacional, sino una orientación de vida. La OSPV resulta especialmente propicia para aquellas personas que afirman “no saber qué hacer con su vida”. La OSPV abarca a la esfera vocacional como un área más de la vida, pero no se focaliza exclusivamente en ella. Al respecto, existen circunstancias vitales que condicionan la decisión ocupacional. Supongamos el caso de un abogado que decide irse a vivir a un país extranjero porque su pareja es oriunda de aquel, renunciando a su empleo en su propia nación, el cual desempeña bajo el marco regulatorio normativo nacional, y por lo cual adopta su decisión ocupacional de acuerdo a sus decisiones de pareja, para aventurarse a un nuevo contexto laboral y a un posible cambio de profesión. Presumiblemente, en este caso se identifique que, el valor “pareja” se encuentra por encima de “trabajo” en ese momento de su vida.
El presente modelo de Orientación en Sentidos de Propósitos Vitales (OSPV) profundiza globalmente en la pregunta de “para qué estoy aquí en esta vida”, y los sentidos de propósitos personales que se deriven de aquella resultan orientadores tal como una brújula interior para las direcciones generales en la vida.
El contexto social global de la actualidad ofrece las condiciones ideales para la sensación subjetiva de incertidumbre: volatilidad, complejidad e impredictibilidad. Asimismo, las instituciones se presentan como líquidas (Bauman), caracterizadas por la transitoriedad, la mutación constante y la desregulación de los mercados y la economía. Frente a tal contexto resulta favorable cultivar activamente actitudes de aceptación y flexibilidad. Coloquialmente hablando, se trata de surfear la ola, tal como venga.
En el escenario actual se observa particularmente que generaciones jóvenes como los centennials y millennials, en mayor medida que generaciones anteriores, necesitan encontrarle un sentido a sus roles laborales. Las organizaciones, entonces acompañan tales inclinaciones al ocuparse de instilar qué valor aporta cada rol laboral a la compañía y a su vez, cuál es el aporte valioso que la institución añade a la sociedad como un todo.
Es mucho lo que puede hacerse por parte de la educación actual para infundir sentido de propósito desde edades tempranas. Son propicios aquellos modelos pedagógicos y educadores que valoran la curiosidad espontánea de los niños y reconocen sus intereses y aptitudes: por ejemplo: “noto cómo parecés brillar mientras estás haciendo tal actividad”. Asimismo, aquellos que transmiten el convencimiento de que sus esfuerzos importan, y que siempre es posible adquirir nuevas habilidades, valoran al error como parte del proceso y orientan hacia el logro de metas significativas para ellos. Se observa, entonces un mayor involucramiento activo en el aprendizaje, determinación para mantenerse motivados intrínsecamente por períodos más largos, y perseverancia frente a las dificultades.
Desde la antigua Grecia ya se reconocía la importancia del sentido de propósito. Mientras que Sócrates decía que una vida sin autoexamen no vale la pena, Aristóteles completa diciendo que no vale la pena examinarla si es que carece de propósito.
Para ellos, “daimon”, se refiere a la parte sabia o divina de cada persona, o bien una fuerza de poder benevolente. Cada persona lleva su daimon dentro suyo. Según Strecher, el daimon estaba representado por una figurita de Dios que los griegos colocaban dentro de las estatuas de terracota. Mientras que Sócrates, cuando dudaba acerca de algo, decía “tengo que consultar a mi daimon”, afirmaba que su propio daimon le ayudaba a tomar decisiones. Por su parte, Platón afirmaba que para ser felices es necesario mantener en orden el daimon que vive dentro de cada uno.
El concepto de “eudaimonía” se compone, etimológicamente, de las palabras «eu» («bueno») y «daimōn» («espíritu»). Es una idea central de la filosofía griega, que comúnmente se traduce como “felicidad” o “bienestar”, aunque también se ha propuesto «florecimiento humano» como su traducción más precisa. Según Aristóteles, la eudaimonía designa el mayor bienestar humano.
A diferencia de otros griegos antiguos, Aristóteles consideraba que la práctica de la virtud es el componente más importante de la eudaimonía, y en tal sentido comparaba a aquellas personas que eligen orientar su vida puramente al hedonismo (placeres, dinero, fama) con los animales de pastoreo. Por otra parte, reconoce la importancia de otros bienes tales como la salud, la riqueza y la belleza.
Hasta hace unos quinientos años, cuando las sociedades eran primariamente agrarias, el propósito personal de las personas estaba definido por Dios, o bien por la tradición familiar. Espontáneamente era delegado en aquellos conforme a una tradición natural e incuestionable. Más tardíamente, alrededor de hace unos ciento cincuenta años, después del advenimiento de la sociedad industrial, Nietzsche declara la muerte de Dios. Entonces, al quedar las sociedades occidentales desamparadas de su tutela se habilita, a partir de ahí, la oportunidad subjetiva para que cada persona construya su propósito. Parafraseando a Stanley Kubrick, —director de cine— este movimiento histórico deja al desnudo “la indiferencia del universo, y si podemos amigarnos con ella, entonces nuestra existencia puede adquirir un sentido genuino. Por más vasta que sea la oscuridad, debemos proveernos de nuestra propia luz”. La metáfora de proveernos de nuestra propia luz sería, aquí, el proceso de construir el sentido de propósito personal.
El hecho de estar ahí arrojados a la vida, según el “dasein” de Heidegger, nos condena inevitablemente a la libertad. Se trata de la libertad irrenunciable —y su deber— de elegir de qué manera queremos ser los arquitectos de nuestro propio destino. Naturalmente, tomar consciencia de ello resulta muy ansiógeno, máxime en el contexto actual descrito, donde resultaría más fácil evitar tales cuestiones. No obstante, la vida está en permanente movimiento, es indetenible, siempre va yendo hacia algún lado, sea hacia alguna dirección personalmente valiosa, o no. Construir sentido de propósito es una manera de tomar las riendas de tal movimiento.
En este sentido, hacerse cargo de la propia libertad requiere un acto de honestidad y valentía consigo mismo. Según el mito nietzscheano de Zaratustra, en un principio, el espíritu humano está representado por un camello que acepta sumisamente cargar el peso del mundo, ej.: la educación, hasta que desea ser dueño de su propio desierto, entonces se transforma en un león. Ante él se presenta un dragón, encargado de proclamar el “tú debes”. El “tú debes” representa los miles de años de civilización humana, encarnado en los valores de la sociedad, la historia, el gobierno, nuestros padres, en suma: un sistema de valores o prescripciones que deberíamos aceptar. Cuanto más se impone este “tú debes”, menor espacio queda para la libertad individual y singular. El dragón representa aquello que debe ser vencido para que el hombre libere el tesoro que le pertenece, es decir, su sí-mismo o individualidad. Frente a este dragón, se nos presenta la elección de aceptar irreflexivamente lo dado, o bien buscar activamente nuestro destino en el mundo. A la primera opción, Heidegger la denomina existencia inauténtica, mientras que la segunda significa el laborioso movimiento hacia la autenticidad. Aceptar este reto implica para Jung, al interpretar a Nietszche, un proceso de individuación, guiado por aquellos valores singularmente auténticos. Este desarrollo significa escuchar a voces internas —más que externas— para establecer aquellas prioridades que nutren nuestras decisiones. De esta manera, el espíritu humano, transformado en león, quiere vencer al dragón para conquistar su libertad. El león crea una nueva una moralidad responsable, al “tú debes” del dragón le responde: “yo quiero”, y asume la responsabilidad.
La palabra “propósito” proviene del latín propositum, compuesto del prefijo pro- (hacia adelante) y positum, participio de ponere (poner). Entonces, sería algo así como “poner hacia adelante”. El vocablo “sentido”, cuya raíz indoeuropea es: “ir hacia adelante”, la asemeja a “propósito”, sin embargo es tomada aquí como sinónimo de “significado, valor”. La construcción “sentido de propósito” apunta a: poner el significado personal de los valores propios delante de uno y realizar acciones comprometidas en tal dirección.
Existe evidencia empírica de que la identidad personal estaría íntimamente ligada con aquello que cada persona valora profundamente. En imágenes cerebrales, se observa que, tanto ante las preguntas de “¿quién soy?”, como “¿qué es lo que valoro?” coincide en activarse la misma zona cerebral en ambos casos, llamada corteza prefrontal ventromedial.
Coincidentemente, civilizaciones ancestrales también ubican a nuestra parte “maestra”, el lugar de la sabiduría interior precisamente en el mismo lugar, justo encima del ceño. La doctrina hinduista lo llama agñá-chakra o tercer ojo, señalizado externamente por un punto adherido encima del entrecejo llamado “bindi”.
El sentido del propósito otorga una matriz explicativa al por qué y al para qué de la vida de una persona. Del mismo modo, funciona como una brújula interior que orienta en la toma de decisiones importantes, y también aumenta la resiliencia en momentos de crisis. El sentido de propósito es algo que se construye, más que algo que se descubre. Este proceso dinámico ocurre en un intercambio permanente con el mundo, específicamente, en una relación dialéctica entre la reflexión y la acción. A partir de esta dinámica obtenemos permanentemente retroalimentación que nos indica si cierta dirección nos acercaría o nos alejaría de nuestro rumbo valorado.
Asimismo, propiamente hablando, no existe solamente un sentido de propósito, sino “sentidos” en plural, ya que podemos derivarlo de fuentes variadas. Cada persona las obtiene desde distintos ámbitos, y en distintas proporciones: el trabajo, la familia, los amigos, los pasatiempos y otros. Existen ciertos eventos disruptivos de la vida en los cuales, típicamente —aunque no siempre— alguna de esas fuentes de sentido puede fracturarse: una separación conyugal, una transición laboral, la muerte de un ser querido, una mudanza geográfica, una enfermedad, la jubilación o la finalización de la escuela. Por ejemplo:: “ya no soy esposo de…”, “debí exiliarme de mi país”, “a partir de ahora tengo estas limitaciones físicas”, “ya he dejado de ser un estudiante secundario”, etcétera. Estos momentos, amén del dolor subjetivo que conllevan, pueden ser muy propicios para habilitar el proceso de construcción de propósito. Entonces, cuando la fuente de propósito se deriva de diversas áreas vitales (ej: trabajo + familia) y se quiebra una de ellas, la persona puede sobrellevar estos eventos con mayor resiliencia, al sostenerse en sus otras fuentes de sentido..
Por último, el sentido de propósito va modificándose a lo largo de la vida, según las distintas etapas y transformaciones vitales. Entonces, como ejemplo, es esperable que el propósito de una persona a sus diecinueve años de edad no sea el mismo que a sus cincuenta. Las etapas vitales son acompañadas por fluctuaciones tanto en la escala de valores, como en las autonarrativas que las acompañan.
Investigaciones recientes sugieren que las personas con mayor propósito reportan niveles mayores de bienestar, de satisfacción general con la vida y menor depresión (Huo, et al., 2019; Ivtzan, Lomas, Hefferon y Worth, 2016; Steger, 2009). Asimismo, se correlaciona con mayor longevidad y una mejor salud física y mental (Kashdan y McKnight, 2009). También, se asocia a una mayor sensación subjetiva de vitalidad, orientación hacia logros, actitudes benevolentes, altruistas y potencial de resiliencia. Provee un foco a las actividades cotidianas y una orientación general hacia el futuro. En virtud de la importancia que merece su desarrollo, el propósito ha sido incluido como componente esencial de los modelos teóricos actuales de bienestar (Seligman, 2011; Ryff, 1989).
Paralelamente, la ausencia de propósito está ligada a menores niveles de energía y de compromiso con las tareas, una sensación subjetiva de frustración y resignación, y patologías físicas en el largo plazo. Frankl llamó a este problema “vacío de sentido”, que sostenido en el tiempo, es como ir muriendo de a poco, de manera subrepticia.
Investigaciones recientes sugieren que las personas con mayor sentido de propósito reportan niveles mayores de bienestar, de satisfacción general con la vida y menor depresión (Huo, et al., 2019; Ivtzan, Lomas, Hefferon y Worth, 2016; Steger, 2009). Aparentemente, actúa como un amortiguador frente a los estresores vitales. Asimismo, se correlaciona con mayor longevidad y una mejor salud física y mental (Kashdan y McKnight, 2009). También, se asocia a una mayor sensación subjetiva de vitalidad, orientación hacia logros, actitudes benevolentes, altruistas y potencial de resiliencia. Provee un foco a las actividades cotidianas y una orientación general hacia el futuro. En virtud de la importancia que merece su desarrollo, el propósito ha sido incluido como componente esencial de los modelos teóricos actuales de bienestar (Seligman, 2011; Ryff, 1989).
Paralelamente, la ausencia de propósito está ligada a menores niveles de energía y de compromiso con las tareas, una sensación subjetiva de frustración y resignación, y patologías físicas en el largo plazo. V. Frankl llamó a esta problemática “vacío de sentido”, que sostenido en el tiempo, es como ir muriendo de a poco, de manera subrepticia. Encontrándose cautivo en los campos de concentración, Frankl observó que quienes tenían propósito ej: albergar la esperanza de volver a ver a su familia, tenían más chance de sobrevivir en el caso de que no murieran en manos de sus opresores.
A lo largo de la evolución, la conducta compasiva hacia las propias crías surgió a partir de los mamíferos, a diferencia de otras especies animales que no brindan cuidado a su descendencia (ej.: reptiles). Esta conducta resulta evolutivamente ventajosa, ya que la asistencia hacia sus vástagos aumenta sus probabilidades de supervivencia. Entre los humanos, favorece los vínculos de cooperación e intercambio.
Los antiguos griegos diferenciaban entre modos de vivir orientados al propio placer y beneficio, por un lado, y otros orientados al servicio altruista, por el otro. La psicología positiva ha demostrado que la inclusión de ambos componentes, de manera balanceada, es necesaria para vivir una vida plena. La necesidad de dejar una huella, una contribución positiva al mundo es intrínseca al ser humano, y su implementación se asocia con niveles estables y duraderos de bienestar. En otras palabras, aquellas personas que activamente realizan acciones desinteresadamente dedicadas a cualquier entidad que vaya más allá de sí mismas, son más felices. Las causas que convocan tales acciones pueden ser múltiples, incluso tantas como la cantidad de problemas a resolver o mejorar que existen en el mundo. Los destinatarios de las acciones benéficas pueden ser diversos: otros semejantes, la naturaleza y todas sus criaturas, o el planeta como un todo. Disponernos a servir, bajo la manera en que cada uno sea convocado, y según lo que tenga para brindar, es la manera de poner en práctica la trascendencia. De este modo, al cabo de haber arribado a una edad avanzada, pueda ser factible un sentir similar al de Amado Nervo cuando escribe: “veo al final de mi camino que fui el arquitecto de mi propio destino (…) vida nada me debes, vida estamos en paz”.
Por último, la práctica meditativa de amor bondadoso (loving-kindness), mediante la cual se visualiza imaginariamente a otras personas para desearles una vida saludable, plena y significativa demostró, a través de estudios cerebrales, activar la misma región cortical ventromedial y fortalecer el sentido de propósito.
El modelo tradicional de orientación que preponderó hasta los años ochenta se concentraba en encontrar la pasión. La ecuación que se utilizaba era: investigar acerca de los propios intereses y aptitudes, y luego elegir la ocupación conforme a aquellos. Ocurre que los intereses no resultan un indicador fidedigno, puesto que varían, mientras que el contexto también lo hace. Adicionalmente, los intereses suelen construirse solamente a partir de aquello que la persona ya conoce, o imagina qué le gustaría hacer o no, de manera abstracta. Cuando en realidad, es infrecuente que se sepa de antemano aquello que desea hacer, si no lo ha experimentado primeramente. Tanto analizar intereses como aptitudes son procesos fundamentales para la orientación, pero no resultan suficientes. Por último cabe señalar que, con respecto a las aptitudes, las mismas pueden aumentar o desarrollarse.
Además, tal como demuestran algunas investigaciones de psicología positiva, los humanos, en general, solemos equivocarnos al ponderar prospectivamente qué es aquello que nos hará felices. Por ejemplo, suponemos que la ocupación ideal debería tener niveles bajos de estrés, mientras que las investigaciones demuestran que, en tales casos produce aburrimiento. En cambio, se reporta mayor satisfacción cuando la actividad laboral resulta moderadamente desafiante.
Adicionalmente, desempeñarse exitosamente en la profesión tampoco garantiza encontrarle el sentido subjetivo a lo que uno hace. De aquí la necesidad de pensar en el sentido de propósito como un ingrediente esencial de la orientación, y asimismo, como algo que trasciende a la esfera vocacional y abarca todas las áreas de la vida.
Tal como se afirma en el apartado anterior, las experiencias directas son necesarias para poder orientarnos. Según los modelos tradicionales de orientación, la acción es, necesariamente resultado de un paso previo de planificación mediante la autorreflexión. Es decir que, partiendo de un análisis sistemático, se formularían cursos de acción ordenados. Aquel modelo se basa en las premisas de: que las personas tenemos que conocer de antemano lo que haremos para tomar cualquier decisión; que existiría un yo preexistente en potencia esperando a ser manifestado; y que habría una ocupación ideal para cada uno destinada a ser elegida. Adicionalmente, puede promover la procrastinación, esperando el momento ideal en el cual se aclaren todas las incertidumbres y aparezca un mensaje ostensible en el afuera que nos haga tomar la decisión perfecta y nos disponga a actuar. Entonces esta lógica podría resultar paralizante, en lugar de movernos a la acción, e incluso desaprovechar ciertas oportunidades sin haberse percatado de ellas.
El autoconocimiento necesario para tomar decisiones no puede hacerse solamente mediante la introspección. Al contrario, cuando se analizan las trayectorias vitales de las personas que, en algún momento realizan un pivotaje, suelen hacerlo mediante el método de testear—aprender, mientras que, sobre la marcha van evaluando nuevas posibilidades a través de la acción. Se trata de un proceso de labor artesanal donde cada aprendizaje emerge a partir del anterior, enriquece los modos de seguir buscando, se va acompañando por insights (darse cuenta); y así van surgiendo posibilidades que no existían al comienzo. Esta secuenciación tendría la forma de una espiral ascendente —similar a como sugiere Leider— mediante aproximaciones sucesivamente concéntricas.
Esta modalidad de “artesano” nos mueve a desarrollar nuevas habilidades y conocimientos, a diferencia del criterio de planificación—implementación que nos orienta a esperar.
El autoconocimiento que emerge como resultado del proceso no es información abstracta, sino tangible y relativa a posibilidades específicas, información que evoluciona a lo largo del proceso entero de aprendizaje. Entonces, se trata de un proceso iterativo, donde las etapas de reflexión— planificación—acción, frecuentemente alteran su secuencia o se fusionan.
A su vez, la acción se desarrolla en un contexto que es relacional, y también cambiante. En este ida y vuelta recursivo, de acuerdo a las experiencias que se van teniendo (por ejemplo: la exposición a personas que resulten influyentes, la emergencia de curiosidad por temas antes ajenos, etcétera), necesariamente ocurre cierto grado de improvisación. Esta dinámica implica tanto abrirse a la sorpresa de direccionar en un rumbo muy diferente al que había supuesto, como de encontrarse con un yo que previamente no resultaba imaginable. En el transcurso del proceso van modificándose las autonarrativas concomitantes (Herminia Ibarra). Por ejemplo: “yo me consideraba absolutamente incapaz de hacer tal cosa, pero me terminé animando y ahora me sale hacerlo tal como pez en el agua”, o bien, “jamás pensé que este tema podría interesarme tanto hasta que me di la chance de descubrirlo”.
De esta manera se observa que, aquellos criterios y valores —del pasado— que me trajeron hasta la situación vital presente (de acuerdo al self-histórico) no son necesariamente los mismos criterios que me llevarán hacia donde quiero ir de aquí en más. Entonces, la explicitación de los criterios personales para tomar decisiones también resulta muy necesaria al respecto.
Como condiciones habilitantes para este proceso, se requiere cultivar una mentalidad de crecimiento (Carol Dweck), que implica una autodefinición flexible y dispuesta a crecer, y también, no concebir a las dificultades y errores que se presenten como condiciones dadas y permanentes, sino modificables.
En suma, se trata de un proceso provisional, hipotético y de final abierto y, de ningún modo, exento de traspiés y contrariedades.
El proceso de construcción de propósito suele constar de varias fases que, a fines puramente explicativos, se comentarán separadamente y de manera esquemática, no obstante en la práctica pueden superponerse, alternarse e iterar. Asimismo, se aclara que los procesos de maduración personales raramente coinciden temporalmente con las fases del proceso de orientación. Más frecuentemente, algunos de sus frutos emergen tiempo después de haber concluido el proceso.
La primera etapa es preliminar y cubre una variedad de aspectos. A modo de disponer el terreno para luego sembrar se propone, especialmente en las fases iniciales del proceso, habilitar momentos del día y entornos físicos en la soledad y el silencio, con el fin de propiciar la autocontemplación. De este modo, esta fase de OSPV es mejor aprovechada y suele brindar sus máximos frutos. Es necesario, asimismo, evaluar en cada consultante cuáles son las motivaciones y emociones particulares que presentan al inicio. Aquellas son validadas positivamente por parte del orientador. Se reafirma que, de acuerdo al contexto actual, sentirse perdido es perfectamente normal. Asimismo, reconocerlo ocurre gracias a una actitud de honestidad y valentía para consigo mismo, y es el paso necesario para solicitar ayuda al respecto. Incluso, es normal que suceda en cualquier momento de la vida: al terminar la secundaria, al transitar aquella llamada “crisis existencial” de los 30 años, de los 40 años, de los 50 años, al jubilarse, etcétera. También, cuando se detectan lamentos o autocríticas por la trayectoria elegida en el pasado, o bien “por haberse equivocado” en elecciones previas, se somete a tela de juicio la noción de “equivocación”, revalorizando la experiencia aprendida en el trayecto. De paso, se aclara que el sentido de propósito es algo que se construye, y que no ocurre de una vez y para siempre, sino que puede modificarse a lo largo de la vida. La primera fase se completa con psicoeducación acerca del proceso en sí, los mecanismos mediante los cuales opera, y qué expectativas pueden cumplirse como resultado del mismo.
La segunda fase suele ser de autodescubrimiento, donde se invita a reflexionar sobre qué intereses intrínsecos e inclinaciones espontáneas tiene el consultante. Para magnificar el efecto de esta etapa, suele sugerirse una actitud activamente curiosa y exploratoria hacia aquellos intereses. Entonces, además de reflexionar, es necesario nutrir la experiencia, tal como se abona un terreno que luego será sembrado. Ejemplos de aquello podrían ser: hablar con gente que está en la fase final de sus vidas, ver qué han aprendido de su trayectoria, de qué se arrepienten, etcétera. O bien, si resulta viable, tomarse un tiempo sabático para viajar y conocer gente diversa. También, realizar actividades de voluntariado para alguna ONG, o pasantías en alguna organización, relacionarse con personas ajenas al propio ámbito, con distintas ocupaciones y trayectorias e indagar acerca de sus actividades cotidianas, etcétera.
Coloquialmente hablando, la persona se empapa aquí de nuevas experiencias, y en la misma medida se dispone a arremangarse y meter las manos en la masa. Retomando la mitología nietzscheana, sería la fase del camello, previa al león. En ese intercambio puede observar qué le interesa más, y descartar aquello que no. Se alienta a permitirse hacerlo bajo una actitud lúdica, y suspendiendo juicios internos acerca del propio desempeño. Luego, se anima a profundizar en aquellas experiencias que revisten mayor interés de manera deliberada y sistemática, con mayor compromiso.
Mediante ciertas técnicas se facilita una noción más clara acerca de “quién soy hoy” y de “dónde estoy hoy”. En otros términos, cuáles son aquellos sellos personales que la identifican y la hacen única en el mundo, y cuál es su situación vital actual. Asimismo, se revisan y reescriben las autonarrativas acerca de la propia identidad pasada y actual, atendiendo a aquellas que podrían abrir o cerrar caminos hacia direcciones valiosas para la persona. El resultado de esta fase suele confluir en un sentido de autoafirmación personal.
En la segunda etapa, complementaria a la anterior, se profundiza en las aptitudes y las fortalezas personales. Su premisa es que todos poseemos cualidades y rasgos de carácter positivos, como también algo útil y valioso para brindar al mundo. Se echa luz sobre aquello haciendo hincapié en potenciar las virtudes, más que en enmendar nuestras partes deficientes. Este ejercicio suele aportar una perspectiva más abarcativa y balanceada acerca de uno mismo.
En tercera instancia, se añade el trabajo de identificación e implementación de valores personales. La terapia ACT resulta muy esclarecedora al respecto. Por valores, literalmente se entiende: todo aquello que a la persona más le importa en la vida. Entonces, no se trata de una concepción moral ni prescriptiva acerca de aquellos. Ejemplos de valores podrían ser: el descanso físico, la gratitud, la ecuanimidad, la amistad, etcétera. El ejercicio aquí es vislumbrar qué es aquello más importante actualmente para la persona. Se les aclara que, al tratarse de valores personales, no existe una manera correcta o incorrecta de elegirlos ni de priorizarlos.
Asociado a lo anterior, ACT aporta una clara distinción entre valores y metas. Una meta es como un lugar al cual llegar (ejemplo: completar una carrera universitaria), mientras que un valor es una orientación a seguir, tal como sería ir hacia el oeste (siguiendo el ejemplo: aprendizaje). Así como siempre se puede seguir yendo más hacia el oeste, un valor siempre puede seguir practicándose, mientras que nunca se termina por alcanzar del todo, del mismo modo que una asíntota. Una vez identificados los valores fundamentales para la persona, se trata de ponerlos en acción, es decir, buscando maneras concretas de implementarlos comprometidamente en la vida cotidiana. El esclarecimiento sobre valores aporta al sentido subjetivo de orientación general hacia la vida deseada. Concomitantemente a la tercera fase, se discierne entre aquellos condicionamientos y mandatos sociales y familiares por un lado, y aquellas inclinaciones singularmente propias, en un movimiento hacia la autenticidad y autodeterminación personales. En otros términos, es como si se fueran desprendiendo esas capas de cebolla correspondientes al “tú debes”, que se transforma en “yo quiero”: es el surgimiento del león nietzscheano.
Al cabo de concluir las tres primeras fases, se va teniendo una noción más clara tanto de: “qué tengo para darle al mundo”, conforme a las aptitudes y fortalezas personales, como de “qué quiero darle al mundo”, de acuerdo a los propios valores e intereses. Gradualmente, asimismo se va fortaleciendo la noción de estar conectado con algo que va más allá de uno mismo.
En una cuarta fase, tras haberse desarrollado el proceso anterior, se redirige el foco hacia el afuera, bajo la consigna de “qué pide el mundo de mí”, disponiéndose a sí mismo en una actitud de entrega y servicio, bajo las premisas de la eudaimonia y la trascendencia, explicadas previamente. Ante la propuesta “¿en qué momentos me siento interpelado por aquél?”, se propone la disposición a encontrar oportunidades de propósito personales. Se trata de alimentar el propósito, de la misma forma que se fortalece un músculo.
A esta altura se van desarrollando nociones acerca de cómo encastran las propias acciones en mi entorno, y más globalmente, de qué maneras singulares encajamos en el entramado social al que pertenecemos, tal como las piezas de un rompecabezas. En este sentido amplio, se reconoce la noción de ubuntu, un concepto africano que significa “humanidad hacia otros”, y también se traduce como “soy porque somos”.
Se alienta a descubrir activamente aquellas oportunidades de propósito, por más pequeñas o modestas que parezcan, y partiendo desde la propia cotidianeidad. Se aclara que cualquier contribución es, de por sí, valiosa al surgir naturalmente de la confluencia entre los factores antes mencionados: “quién soy”, “dónde estoy”, “qué tengo para darle al mundo”, “qué quiero brindarle al mundo” y “qué pide el mundo de mí”. Las maneras de disponerse al servicio de la última pregunta son tan diversas y únicas como las personas mismas. Se clarifica aquí, que cada quien cuenta con su pequeño granito de arena, por consiguiente, toda acción comprometida con valores es válida, por más insignificante que parezca, y las singulares maneras de aportarlo son múltiples, y tanto directas (por ejemplo: conociendo al agente destinatario de tales acciones), como indirectas. De esta manera, hay un movimiento desde aquello que “quiero ser”, hacia los “quiero hacer” derivados de aquél. Por ejemplo: quiero ser más cordial con la gente, entonces para ello quiero (hacer) decir “gracias” más frecuentemente, haciendo contacto visual, y sonreír más en tales situaciones. Las metas de acción vehiculizan la orientación provista por los valores sumadas a la inclinación al servicio.
Las dinámicas específicas de este programa propician la respuesta a tales preguntas de maneras concretas y plenamente singulares. Cuando la respuesta interior es “sí, acepto este desafío” y al realizar acciones comprometidas en consecuencia, el sentido de propósito florece y se fortalece progresivamente. Las acciones pueden ser pequeñas o grandes, directas o indirectas, relacionadas con el ámbito ocupacional, o con otras áreas de la vida. A modo de ejemplo: “mi propósito de vida en este momento es brindarles a mis nietos un espacio de empatía y contención para que crezcan saludablemente (valores), mediante (acción) invitarlos a tomar la merienda a mi casa todas las semanas y jugar con ellos”. Lo que importa aquí es una disposición abierta y atenta hacia aquello en lo que cada uno se siente convocado, y una inclinación genuina y espontánea a decirle que sí a ese llamado. De esta manera, la persona identifica de qué modos singulares puede brindar lo mejor de sí para contribuir positivamente al mundo y se dispone a hacerlo. Concomitantemente, este movimiento aumenta la motivación intrínseca para sobreponerse a los traspiés que pudieran presentarse en el rumbo. Parafraseando la frase nietzscheana adoptada por Frankl: “quien tiene un para qué vivir, soporta casi cualquier cómo”.
Esta última fase suele confluir en una noción más clara acerca de “para qué quiero darle esto al mundo”. El proceso completo es ilustrado en buena medida por un concepto japonés llamado ikigai, traducido como “aquello que me hace levantar cada mañana”. En suma, las cinco fases de OSPV en su conjunto convergen en una noción más orientada acerca de qué hago aquí en esta vida.
El presente modelo se basa fundamentalmente en los aportes de filosofía griega antigua y existencialista, psicología positiva, terapia ACT, logoterapia, terapia humanista y terapia narrativa.
El proceso de OSPV propone implementarse mediante una batería de 22 técnicas originales + 2 de psicología positiva, que constan de:
metáforas evocativas
técnicas lúdicas
cuestionarios
tests psicológicos
presentación de fotos con acciones concretas
completamiento de frases
visualizaciones guiadas por audio
realización de collages
entrevistas a terceros
escritura narrativa
ejercicios corporales específicos
refranes populares
RESEÑA DE LAS TÉCNICAS: A continuación se detalla el nombre y una breve reseña de cada una de las técnicas empleadas:
Mindfulness de autoconciencia corporal: Prácticas de autoescucha a través del cuerpo.
Aquí estoy yo: exploración de intereses y valores.
Mi infografía personal: representación gráfica de presentación personal.
Proyecciones imaginarias: simbolización proyectiva de la auto-percepción.
Fotos que me hablan: presentación gráfica y narrativa de valores personales.
Diario de gratitud: prácticas de agradecimiento.
Diseñando mis camisetas: elucidación de las etiquetas auto-atribuidas, aquellas impuestas socialmente y aquellas deseadas.
Test Via de fortalezas personales. Test de la U. Pennsylvania, para determinar las fortalezas personales más y menos preponderantes.
El relato biográfico: auto-narración sobre presente y futuro en modo ficcional.
Las construcciones de carrera: entrevistas a terceros sobre su trayectoria vital.
Mis compañeras de ruta: identificación de valores y su implementación práctica.
Mis refranes: identificación de idiosincrasia y valores personales.
Desplegar mis alas / extender mis ramas: visualización imaginaria de las propias potencialidades (audio + texto).
Las flechas que lanzo: metaforización del impacto de acciones pasadas en el presente, y de acciones presentes en el futuro.
Activando mi batiseñal: identificación de causas / problemas sociales o ambientales que convocan personalmente.
Transmisiones generacionales: entrevista a personas ancianas para conocer su trayectoria, sus aciertos, sus errores.
Mi situación soñada: visualización imaginaria de situación vital deseada (audio + texto).
Desde mis 90 años: visualización retrospectiva del recorrido vital valioso.
Un día de mi vida: implementación de acciones valiosas en la vida cotidiana.
El frasco de la vida: jerarquización personal de acciones valiosas personales.
Cuestionario de toma de decisiones: identificación de criterios decisionales propios.
Senderos que se bifurcan: visualización guiada por audio de autoescucha corporal para tomar decisiones.
El semáforo de los factores ideales: eliminación secuencial de criterios decisionales.
Alguien que conoce a alguien: entrevistas a la red social para exploración de actividades valoradas.
NOTA ACLARATORIA: La batería de técnicas se presenta bajo los formatos anteriormente mencionados. No obstante, a modo de ejemplo ilustrativo algunas de ellas son traducidas aquí en formato de preguntas.
Si yo fuera un animal, ¿cuál sería y por qué?
¿Qué personas son las que más me inspiran o me causan admiración? Puede tratarse de alguien que esté vivo, o no, lo conozca o no, o incluso un personaje de fantasía.
¿Por qué motivos puedo sentirme agradecido? Puede tratarse de situaciones, personas, algún evento que me haya pasado, ya sea algo grande, o algo pequeño.
¿Qué actividad valiosa para mí disfruto haciéndola, a su vez me desafía, y me engancha tanto que me hace perder la noción del tiempo?
¿En cuáles de mis palabras / conductas / gestos o actitudes cotidianas me gusto más a mí mismo/a? ¿Cuándo soy más yo que nunca?
¿Cómo me describiría cuando estoy dando lo mejor de mí? ¿En qué situación estoy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué siento en ese momento en el cuerpo? ¿Qué siento emocionalmente? ¿Cómo se me vería desde afuera?
¿Qué cualidades tienden a apreciar los demás acerca de mí? Si no sé explícitamente, puedo consultarle a algún conocido, amigo o familiar.
Pienso ahora en algún día de mi vida que mereció mucho la pena para mí, un día que fue bien vivido. ¿Qué sucedió? ¿Qué actividades hice? ¿En general, en qué más vale la pena que emplee mis energías y tiempo?
De acuerdo a lo que supongo que mi familia y la sociedad, quisieran o esperan de mí ¿quién “debería ser” yo?, ¿qué “debería hacer”? Por otro lado: ¿quién quisiera ser?, y ¿qué me gustaría hacer?”
Si no tuviese que rendirle cuentas a absolutamente nadie en este mundo, o bien, si ya estuviese garantizada la aprobación de la gente que me importa: ¿a qué actividades (ocupacionales o no) me estaría dedicando?
¿Qué actividades o temas me dan mucha curiosidad investigar, o experimentar directamente, pero que hasta el momento no me he animado a hacerlo o no me he dado el tiempo? O bien, quizás se trate de algo que sí realicé en el pasado y lo he abandonado por algún motivo?
¿Qué noticia de la que me he enterado últimamente me ha conmovido o interesado de manera profunda? ¿En qué sentido lo hizo? ¿Por qué pudo haber sido?
¿Qué causas sociales, de la naturaleza, o del mundo sean locales o internacionales me inspiran, en general?
Si tuviese un millón de dólares para destinarlo a alguna causa benéfica (social, ambiental) ¿qué causa sería?
¿Cómo me siento cuando hago alguna acción bondadosa, desinteresada hacia otra/s personas / naturaleza / o el mundo en general?
¿Qué acciones concretas puedo empezar a realizar hoy para acercarme a lo que realmente me importa en la vida?
¿Cuáles de ellas puedo empezar a practicar este mes / esta semana / hoy mismo?
¿Qué indicadores / hitos / logros me darán la pauta de que me estoy acercando hacia lo que más me importa en la vida y estoy siendo leal a mis propósitos, dentro de un lapso de 2 años?
¿Cuando sea muy anciano/a y mire hacia atrás, cuál me gustaría que fuera mi legado / mi mensaje / mi huella?
¿De qué maneras, o por qué motivos me gustaría ser recordado por los demás una vez que ya no esté aquí en este mundo?
¿Por qué razones me gustaría levantarme cada mañana?
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