Psicología del bienestar

COMPASIÓN Y AUTOCOMPASIÓN

Practicar la autocompasión

Según Gilbert (2009), la compasión se define como “Sensibilidad al sufrimiento en nosotros mismos y en los demás, combinado con el compromiso de aliviarlo y prevenirlo”. No consiste en evitar el dolor ni intentar alejarlo, sino que se trata de implicarse con él. 
Kristin Neff, en cambio, la define informalmente como: «la manera en que se trataría a un amigo quien está pasando un momento difícil».

La compasión nos lleva a vincularnos con el sufrimiento, permaneciendo sensibles y abiertos a él, y a su vez generando los sentimientos de amabilidad, conexión afiliativa y calidez, que pueden calmarlo y aliviarlo. Sin embargo, para muchas personas vincularse con el sufrimiento podría sentirse abrumador y estresante, por lo cual resulta muy difícil generar estos sentimientos de compasión. 

A estas personas podría causarles miedo desarrollar la autocompasión, incluso aunque comprendan el valor positivo de practicarlo. Asimismo, en momentos difíciles, suelen practicar lo opuesto a la autocompasión, experimentando, en cambio vergüenza y autocrítica.  

Estos miedos se observaban más comúnmente en personas con depresión y ansiedad. Suelen tener que luchar para permitirse ser felices, y cuando lo hacen, se ponen ansiosos. 

Por lo tanto, no es llamativo que estas personas permanezcan ansiosas y depresivas si constantemente están bloqueando su habilidad para experimentar sentimientos positivos. 

Entonces, los sentimientos positivos en estos casos podrían también traer aparejados efectos negativos debido sus propios condicionamientos. 

Si, por otra parte nos proponemos deshacernos de nuestro enojo, ansiedad, estaremos constantemente monitoreando si hemos tenido éxito o no, y este monitoreo menoscabará la práctica del mindfulness. 

Existen variables tanto evolutivas, culturales y psicológicas que atentan contra la práctica autocompasiva. Por una parte, la relación entre nuestro cerebro más antiguo y el nuevo es problemática de por sí. Por ejemplo, el cerebro está diseñado para aferrarse a la permanencia, solidez y continuidad, cuando en realidad todo es impermanente. 

Por otra parte, la cultura occidental pone gran énfasis en ser amable con nuestros amigos, y familia que estén lidiando con algo doloroso, pero no tanto cuando se trata de nosotros mismos. 

Por estas dos razones, sumadas a las particularidades psicológicas de cada individuo ej: (rumiación, autodesvalorización) debemos cultivar, a propósito, la compasión con el fin de evitar los hábitos destructivos a los que nuestra mente se inclina naturalmente. Mucho de lo que en la vida nos causa sufrimiento: el cerebro que poseemos, nuestras emociones, y el sentido de sí mismo, nos condicionan en cierto aspecto, y no son fruto de nuestra elección libre y voluntaria. Por lo tanto, esos mecanismos no son nuestra “culpa”. Sin embargo, sí podemos tomar responsabilidad de hacer lo mejor que podemos con tales condicionantes. 

Es por ello que hace falta practicar la autocompasión intencionalmente. En esos momentos, cuando más lo necesitamos, debemos transformarnos en aliados internos de nosotros mismos, en vez de un enemigo interno, ya que esto último es lo que solemos hacer. En términos simples, debemos entonces hablarnos a nosotros mismos tal como le hablaríamos a un buen amigo. 

Según Kristin Neff, mindfulness conformaría uno de los tres pilares de la autocompasión.
Mindfulness, el primer atributo de la autocompasión, nos lleva a estar lo suficiente junto con nuestro dolor, para ser capaces de responder con cuidado y amabilidad.

 Entonces, se trata de no intentar escaparse de él, tampoco de suprimirlo. Es notar que el dolor está ahí, ej: aquel generado por la autocrítica, sin identificarse con él, ni tampoco quedar absorbido por ella.

 
La presencia de ánimo que aporta mindfulness es la condición básica para luego ser capaz de responder de una manera alternativa a la habitual. Sin autoconciencia, en cambio, la única opción es la repetición de aquellos patrones acostumbrados cognitivos, emocionales y conductuales.


La práctica de la auto-amabilidad, el segundo de los tres aspectos de la autocompasión, nos enseña a ser buenos amigos con nosotros mismos cuando más lo necesitamos. Por ejemplo, cuando cometemos un error tendemos a castigarnos, más que a apoyarnos. Una práctica autocompasiva significaría, en ese momento como una palmadita de apoyo en el hombro.

 
El tercer aspecto de la autocompasión es el sentido de interconexión con el resto de las personas, llamado humanidad compartida. Se trata de reconocer que todos los humanos somos imperfectos, falibles, que el tipo de sufrimiento que siente cada uno, a veces es parecido al que sienten otras personas. Y también que la vida implica sufrimiento para todos, sin excepción.

La autocompasión implica “estar con nosotros mismos” acompañando nuestro dolor: reconfortándonos, calmándonos y validándonos. Usualmente se confunde el término “compasión” con una actitud pasiva, como por ejemplo, sentir lástima. Al contrario, la compasión incluye componentes activos que promueven el cambio de situaciones indeseables. Estos procesos pueden entrenarse mediante una práctica deliberada que desarrolla estas nuevas habilidades ¿De qué tratan estos aspectos?
Reconfortar: proveer apoyo para mis necesidades emocionales. ej. preguntándonos: “¿hay algo que necesite ahora?”
Calmarnos: sentirnos físicamente más calmos, para estar más cómodos y relajados en nuestro cuerpo. Por ejemplo, mediante una caricia en el pecho, o también suaves vocalizaciones (tales como un gato ronroneando).
Validar: comunicar que comprendemos por qué situación estamos atravesando, y decirlo en una forma amable y tierna. Sirve especialmente cuando nos sentimos solos o incomprendidos.
Proveer: darnos cuenta de qué es lo que necesitamos y dárnoslo. Incluye la convicción de que merecemos que nuestras necesidades sean atendidas. Se trabaja mediante la idea de que, en general somos capaces de proveernos a nosotros aquello que esperamos de los demás.
Motivarnos: la autocompasión es como un buen coach, con amabilidad, soporte y comprensión. Al contrario del criticismo, intenta acercarnos a nuestros sueños y aspiraciones. Este aspecto desarrolla el coraje y la habilidad para comprometerse con experiencias dolorosas.

La autocompasión complementa los efectos positivos del mindfulness. En estos beneficios están implicados tanto procesos psicológicos como neurofisiológicos. Se trata de una psicoterapia basada en evidencia que incluye las dimensiones: bio, psico y social del ser humano. 

En términos generales, cuando se practica la autocompasión existe un aumento de: la tolerancia a la angustia, el comportamiento pro-social, el afecto positivo, la sensibilidad, la simpatía, la empatía, el sentido de afiliación, de pertenencia y de conexión con los demás.

La práctica perseverante de autocompasión trae aparejados: menores niveles de depresión, ansiedad, estrés y vergüenza. Y también mayores niveles de autoconfianza, salud física y satisfacción con la vida.

Estos factores redundan en un impacto importante en el bienestar mental y en los procesos fisiológicos, hasta incluso en la expresión genética. 

Cuando nos criticamos a nosotros mismos, estamos activando el sistema de defensa-ataque, (conocido vulgarmente como el cerebro reptiliano). Entre las opciones potenciales que tendríamos de reaccionar al peligro percibido, el sistema defensa-ataque es el que más rápida y más fácilmente se dispara. Esto quiere decir que la auto-crítica es a menudo nuestra primera reacción cuando las cosas van mal. Cuando percibimos una amenaza, nuestra amígdala se activa, liberamos las hormonas del estrés, y nos preparamos para pelear, huir o paralizarnos. Mediante la autocrítica, nosotros cumplimos la doble función de ser tanto los atacados como los atacantes. Lo que sucede entonces es que: o bien peleamos con nosotros mismos (ataque), o bien nos separamos de los demás (huida), o nos quedamos paralizados (rumiación).
Cuando activamos el sistema de cuidado, en cambio, se liberan la oxitocina (la hormona del amor), y endorfinas (opioides del bienestar naturales), los cuales ayudan a reducir el estrés e incrementar las sensaciones de seguridad. Este mecanismo se asocia al sistema de cuidado mamífero. La autocompasión ayuda a contrarrestar la respuesta de ataque. Actúa disminuyendo los tres efectos del sistema de ataque mediante sus tres componentes:
Frente a la autocrítica, la amabilidad hacia sí mismo.
Frente al aislamiento, la humanidad compartida.
Frente a la rumiación, el mindfulness.
Cuanto más seguras se sienten las personas, más abiertas y flexibles serán sus respuestas al ambiente.

Según decíamos, mindfulness es la piedra fundacional de la autocompasión. Se trata del primer aspecto de ella, que habilita los otros dos: auto-amabilidad y humanidad compartida.

Mindfulness significa estar abierto a la realidad del momento presente, permitiendo todos los pensamientos, emociones y sensaciones. Es entrar a la toma de conciencia sin resistencia ni evitación. Se trata de una conciencia plena (sin juzgar, y mediante aceptación) de cómo surgen y se desarrollan las emociones, sensaciones y pensamientos. Entonces, para ser autocompasivo, mindfulness es un componente esencial porque necesitamos, en principio, ir hacia el sufrimiento y notar cuando estamos sufriendo: “estar” con nuestro dolor lo suficiente para responder con cuidado y amabilidad. Esta toma de conciencia es necesaria, especialmente cuando el dolor se deriva de la propia autocrítica. Mindfulness nos sirve para alertarnos cuando estamos haciendo cosas que son perjudiciales para nosotros y para otros. ej: cuando entramos en círculos de pensamientos disfuncionales.

En cierto sentido, se trata de comprender que los pensamientos son sólo representaciones, o símbolos referentes a la realidad. Significa que cuando estamos sufriendo podemos abandonar la historia de lo que está sucediendo, y simplemente estar con ella, y con nosotros mismos, con coraje y presencia.

En suma, según los autores de autocompasión (Gilbert, Neff y otros), mindfulness es el primer paso para ser autocompasivo, porque necesitamos, en principio presencia de mente para poder luego responder de una nueva manera.

La motivación a la compasión tiene varios niveles. en el nivel más simple, es el deseo de ser amable y ayudarnos tanto a nosotros como a otros. En un nivel más profundo, está conectado con la sabiduría: ésta proviene de comprender que la vida es dura, que todo es impermanente, que nuestros cuerpos son frágiles y vulnerables, que todos decaemos y morimos.