Introducción: Buscar sentido es propiamente humano. Los humanos tenemos una necesidad espontánea de que nuestra vida tenga sentido. Desde que Frankl (1946) aseguró que contamos con un impulso innato por encontrar sentido —el cual permite a las personas sobrellevar las adversidades— las cuestiones sobre el sentido han sido parte de asuntos psicológicos. Más recientemente, el estudio científico del sentido ha aumentado gracias al movimiento de la psicología positiva. Si bien académicos toman distintas perspectivas sobre la importancia de experimentar sentido en la vida, un acuerdo central es que el sentimiento o creencia de que la propia vida es significativa es esencial para el funcionamiento humano saludable (Ej: Baumeister, 1991; Ryff, 1988; Yalom, 1980). Necesitamos el sentido para sentir que nuestra vida vale, que influimos sobre el mundo, para justificar nuestras acciones y alinearlas con metas significativas. Históricamente, existía un sentido compartido en la sociedad (ej.: guiado por principios religiosos), según el cual, el sentido individual resultaba autoevidente. En cambio, en el contexto actual, la pregunta de “cuál es el sentido de la vida”, ha devenido en “cuál es el sentido de mi vida”, es decir que queda librado a una tarea que cada individuo debe realizar por su cuenta. Las condiciones actuales de volatilidad, ambigüedad, complejidad e incertidumbre hacen que los esfuerzos para construir un sentido individual sean especialmente necesarios. Incluso, la sobreabundancia de opciones que orientan la trayectoria vital de una persona (ej. en qué lugar vivir, qué carrera elegir, con quién formar una pareja) resulta corrientemente en confusión y parálisis. Según la psicología positiva, “sentido en la vida” es uno de los componentes constituyentes del bienestar, incluido tanto en el modelo PERMA, como en el esquema de Carol Ryff (1989). Es decir que, estrictamente, el propósito de vida no sólo contribuye al bienestar, sino que es un factor constituyente de aquél. Como afirma Smith (2013), hay más acerca de la vida que ser felices, y el sentido es necesario para una buena vida.
Si bien “sentido” y “propósito” suelen utilizarse de manera intercambiable, el propósito es específicamente la dimensión motivacional del sentido. Entendemos por “propósito” a la misión general de la vida de una persona, con la cual está comprometida activamente (adaptado de McKnight & Kashdan, 2009; Steger, 2009). El propósito es un principio organizador que brinda al individuo una sensación subjetiva de quién es, qué vino a hacer al mundo, y hacia dónde va. Cuando el propósito es una fuerza que guía, existe un tema central en la narrativa de la persona. El propósito aporta dirección, tal como una brújula para un navegante. En este sentido, se trata de una búsqueda que podría no ser conseguible dentro de un período temporal fijo. No es una meta ni un resultado al cual alcanzar, sino una tendencia asintótica. Ejemplos de propósito serían: “ser un padre presente”, “disminuir la polución en la ciudad”, “ayudar a que otros tengan un buen morir”, etc. Entonces, el propósito es la motivación para comprometerse y trabajar hacia aspiraciones de orden superior a uno mismo —incluso frente a obstáculos— aun sabiendo que su cumplimiento último sería de final abierto.
Asimismo, los temas a partir de los cuales se organiza el propósito son flexibles y cambiables a lo largo de la vida. Es decir, que el propósito es algo dinámico, va modificándose según crece la identidad y cambian las narrativas individuales. El propósito está ligado al desarrollo personal, se relaciona con la madurez de la identidad, los vínculos, las metas y el rol que cada uno cumple en la sociedad.
Cuando una persona vive su propósito se manifiestan algunas cualidades: vitalidad, motivación intrínseca, foco y autenticidad. Del ejercicio de contribuir valiosamente a los demás o al mundo se extrae fuerza, coraje y sentido de realización. También provee foco hacia las actividades subjetivamente importantes, las cuales definen aquello prioritario y lo superfluo. Tener sentido de propósito está asociado a estructuras de objetivos organizadas y a la consecución de metas, y provee centralidad en la identidad de una persona. Al definir —de manera autónoma— qué es aquello singular que cada uno tiene para darle al mundo, se cultiva el ser fiel a uno mismo al dedicarse a ese llamado propio.
Tanto Frankl como Seligman (2011) y Wong (2012) coinciden en afirmar que la única manera de abrazar el significado completo de la vida es trascendiendo el propio interés. Esta autotrascendencia ocurre cuando las personas desplazan sus fuentes de sentido hacia afuera, dirigiendo más compasión y generosidad a otros, o al mundo como un todo. Usar las fortalezas propias para servir a un bien mayor es un camino para una autorrealización más profunda y constituye el nivel más alto de desarrollo personal (Maslow, 1973). La conexión con algo más grande que uno mismo, y consecuentemente, una orientación altruista del propósito asegura niveles más estables y duraderos de bienestar. A su vez, cuanto más profundo el propósito, no solamente resulta más beneficioso para el individuo, sino también para la sociedad en su conjunto.
Lo contrario de vivir el propósito es el vacío existencial (Frankl). Proviene de la falta de conexión con algo superior a uno mismo. Ir a la deriva por la vida, definir o aceptar metas heterónomas, o tener objetivos contrapuestos repercuten negativamente en la salud y el bienestar (Kelly y cols, 2015). En este caso se siente fatiga crónica, autocrítica, enojo o indiferencia (Kish y Moody 1989; Sappington y Kelly 1995).
Hallazgos empíricos han indicado consistentemente que tener un propósito en la vida es un indicador de mayor salud física y mental. También contribuye a sobrellevar el estrés, la depresión, la ansiedad y otros problemas (Kim y cols., 2014; Freedland, 2019). Quienes tienen un propósito gozan de un mejor sistema inmune y mejor desempeño (Schippers, 2017), también fue asociado a una disminución en la mortalidad en todas las edades (Hill y Turiano, 2014). Asimismo, es un factor protector para la salud física y mental, y para el declive cognitivo en la adultez tardía. El propósito en la vida también resulta en una estrategia de afrontamiento ante situaciones adversas (Antonovsky, 1996). A pesar de esta contundente evidencia, aún es limitado lo que sabemos sobre cómo promover el propósito, y las intervenciones de esta naturaleza son todavía escasas (Koshy y Mariano 2011; Pinquart, 2002). Tradicionalmente, las intervenciones se focalizaron más en aumentar la felicidad que en construir propósito, y se limitaron a estudiar al propósito como mecanismo de afrontamiento, es decir, en cuanto a sus funciones reparatorias únicamente en ciertas situaciones vitales dolorosas (por ej.: traumáticas, enfermedades crónicas o terminales), más que en la vida en general.
El presente programa propone integrar —de modo dialéctico— el paradigma de la psicología positiva, dedicada tradicionalmente a aumentar el bienestar, con la psicología existencialista, que históricamente se focalizó en experiencias del sufrimiento humano. A tal fin se implementarán, además, instrumentos de psicología narrativa, terapia de aceptación y compromiso (ACT) y mindfulness.
El presente taller es de tipo facilitador más que orientador. Se trata de un proceso de autodescubrimiento y disposición a la acción. El mismo es de final abierto, es decir que se propician las condiciones para construir sentido de propósito.
El aspecto cognitivo-narrativo del taller apunta a la dimensión de inteligibilidad del propósito. Necesitamos sentir que nuestra vida es comprensible y que somos capaces de influir sobre ella. A tal fin, es relevante construir narraciones que reflejen la experiencia vital, valores y aspiraciones personales.
El taller se estructura en torno a la integración dialéctica de varios ejes:
- Divergencia / convergencia en las etapas vitales.
- Autoobservación / observación del mundo.
- Egoísmo / altruismo.
- Bienestar hedonista / eudaimónico.
- Reflexión / acción.
- Descubrir el propósito / construirlo.
- Qué puedo obtener de la vida / qué demanda la vida de mí.
La modalidad grupal responde a un abordaje social-cognitivo. Involucrarse en discusiones interactivas con otras personas facilita el proceso, ya que suele resultar desafiante buscar nuevos insights sobre uno mismo y la propia vida. Los grupos tienen el potencial de ayudar a sus participantes a ser más honestos consigo mismos, más abiertos en sus perspectivas, y más conscientes de aquello que hace significativas a sus vidas (Corey, 2009).
OBJETIVOS:
- Explorar y construir un propósito singular, significativo y actual de cada uno.
- Propiciar el compromiso con acciones concretas orientadas al propósito personal.
TEMAS PRINCIPALES:
- Intereses personales: Explorar lo que motiva o apasiona a cada uno.
- Flow: Actividades actuales y deseadas propicias.
- Fortalezas: Identificar y cultivar las habilidades y talentos personales.
- Valores: Explorar lo que más le importa a cada uno.
- Fuentes de sentido: Grado de presencia, tipo, fuentes y orientación.
- Finitud: Conectarse con la brevedad de la existencia y la huella personal.
- Trascendencia: Explorar maneras concretas de contribuir al mundo.
METODOLOGÍA:
El taller se llevará a cabo de manera grupal, en formato online, utilizando dinámicas interactivas y ejercicios experienciales y de reflexión individuales y grupales.
DESTINATARIOS:
- Adultos en proceso de crecimiento personal, y/o dispuestos a hacer un viraje en el rumbo de su vida.
- Transiciones de vida importantes, tales como: crisis de mediana edad, jubilación o finalización de los estudios.
- Adultos que hayan experimentado alguna pérdida significativa recientemente.
Bibliografía General:
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Baumeister, R. F. (1991). Meanings of Life. New York: Guilford.
Frankl, V. (1979) [1959]. El hombre en busca del sentido. Herder.
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Referencias:
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